Ocurrió el 3 de enero de 1819. Radna, Patricia y Pavliska cruzaban las plantaciones de algodón ya destruidas por el material radioactivo que hacía años yacía en ese lugar.
Las tres morenas, se jactaban de su entrenamiento ya que su pelotón era el único que había sobrevivido al fuerte entrenamiento por el penúltimo hombre militar que había pisado la tierra, alguien llamado Ryan.
Patricia era muy precavida, alta como sus compatriotas militares. Por la única razón que había tenido miedo en su vida era cuando perdió a su hijo de tres años hacía 6 meses y sabía que no podría volver a tener otro ya que era tan fértil como la idea de tener un hijo en medio de una guerra nuclear.
Radna, era tranquila pero su hambre voraz por sangre la llevó a matar a demasiados blancos y aunque pareciera arrepentida, en su corazón sabía que no les tenía pena alguna. Esa intención bonachona de la igualdad no era para ella, era una de las chicas más aguerridas solo por haber estado junto a Pawliska en las Guerras Indias. Codo a codo matando blancos.
Pavliska, ay Pavliska, tenía esa compasión en los ojos, que no coincidían con la aspereza de sus manos, que habían sido manchadas por la sangre de negros, mestizos y sobre todo blancos. Su fin estaba claro desde que vio el futuro en un sueño, también tenía esa cualidad, había visto cómo el ser “humano” siempre se llevó a sí mismo a la destrucción.
Una misión las unía. Encontrar al último hombre fértil del mundo.
Era realmente una misión muy peligrosa.
Ellas, tres afroamericanas que sabían de esclavitud y de la privación de sus derechos, entendían que no podían lastimar a este hombre, llamado como todos le decían Ádan.
Es por esto, como ellas decían, debía ser una extracción limpia.
Patricia siempre preparaba las mochilas y el armamento, a lo cual era ayudada por Radna, sabía puntualmente que las armas no eran el fuerte de una ex-madre.
Mientras tanto Pavliska preparaba el plano del terreno que deberían cruzar. Lo recordaba bien, su abuela le había contado hacía muchos años sobre la belleza de esos campos de algodón, pero también supo contarle las terribles contiendas que allí se darían en nombre de la esclavitud. Y esto lo sabía porque el “don” de ver en sueños lo había heredado de aquella matriarca.
Al cabo de unos minutos mientras se preparaban para cruzar divisaron al otro lado del campo un punto naranja, al parecer era una persona, pero con cabello largo. Realmente para ellas fue muy difícil seguir con la vista el curso de aquella melena anaranjada que corría de un lado para el otro.
Era extraño ver una persona allí, ya que todos sabían del peligro de cruzar el campo radioactivo. Pero era posible que los “redentores” hayan dejado allí a una mujer a su suerte. Ya que cuando tomaron el poder, hacían de cualquier mujer un instrumento de su manipulación.
Con todas las precauciones del caso, Patricia tomó los binoculares y se acercó peligrosamente a la cerca.
Otras personas aparecieron, hombres vestidos de blanco, con capuchas en forma de picos, con cruces rojas en el lado del corazón.
Patricia, Radna y Pavliska no dudaron debían detener esa situación de alguna forma sin olvidar el objetivo principal.
Es así como con sus mochilas, escafandras y respiradores, emprendieron el viaje a través del campo, cuerpo a tierra a veces, de pie otras. Luego de varios kilómetros y de que un respirador y medio se agotara, llegaron a lo que parecía ser una trinchera abandonada.
Revisaron el perímetro y se escondieron allí.
Patricia revisó el reloj, habían pasado 5 horas desde que salieron y 12 hs de que no probaba un bocado. Le extendió a Radna un par con moho, y a Pawliska un pequeño ramito de caléndula seca.
Ella solo se limitó a asomarse por el borde de la trinchera para vigilar.
Al término de la escueta cena emprendieron nuevamente la marcha.
Se acercaron despacio, y vieron con asombro lo que pocas mujeres verán jamás. Un hombre con cabellera hasta la cintura, solo que de color naranja.
Ellas habían escuchado grandes historias acerca del último hombre sobre la tierra, sobre su hermoso cuerpo, su voz, su rostro tallado por los mismos ángeles.
Y de pronto allí las tres se encontraron con un hombre que si bien era fornido y de rasgos elegantes tenía su cabellera totalmente colorada, sus pecas cubrían su rostro y su cuerpo, su piel, aún cubierta de pecas, era blanca como el mismísimo algodón.
Estaba desmayado con un golpe en la cabeza. Al lado de él había una de las capuchas que vieron por los binoculares.
Más adelante había una cueva, decidieron esconderse allí. No por mucho tiempo debía volver a su colonia.
Abrió los ojos y una calavera bazzar le apuntaba directo a su frente.
-¿Qué hago aquí?? ¿Quiénes son ustedes?
-Somos tu salvación! Y aquí las preguntas las hacemos nosotras. Replicó Radna.
-¿De dónde eres y qué haces en este lugar? Inquirió Pawliska.
-Mi nombre es Adan, vengo del noroeste de Black Belt. Y me persiguieron hasta aquí unas personas con capuchas y cruces en sus túnicas.
-Imposible! Dijo Patricia que hasta el momento estaba muy callada. Esa zona está cerrada y además como es que te persiguieron y solo tienes en un golpe en la cabeza. Por estos días nadie deja vivo a nadie a no ser que sea extremadamente necesario. Dudo mucho además que tu nombre sea Adán, sólo queda un hombre con ese seudónimo y tu apariencia dista mucho de las apariencias que nos indicaron.
-¡Quítate la ropa! Gritó Radna.
-Yo creo que hay que matarlo- Dijo limpiamente Pawliska.
-Por favor!! Tengo que regresar a Black Belt, tengo una misión!!! Suplicó el supuesto Adán.
-Qué misión? le preguntó Pawliska, que seguía apuntando con la calavera bazzar a su cabeza.
-Han encontrado una cura para la infertilidad. Es una planta que ha crecido en medio del monte.
-Miente!!! Volvió a gritar Radna.
-Es imposible-dijo Patricia. Allí solo hay mujeres y nuestro pelotón está cerca de ahí, nos hubiéramos enterado. Además no eres tú el que se hace llamar Adán y que es el último hombre fértil sobre la tierra?
-Si, es verdad. Solo que estoy buscando otros hombres para probar esta planta.
Ah!!!!!! Grito de repente. Pavlinka se había cansado de las explicaciones falsas y le había disparado en el hombro.
-Idiota!!! Se le escapó a Patricia. Pavliska le clavó la mirada a su compañera de rasgos mulatos.
-Nos vamos de aquí, lo llevamos a donde quiera ir no tendrá oportunidad de dar explicaciones, si lo que dice es mentira yo misma lo estranguló con mis manos, sentenció Radna.
Ellas venían del sur, encontraron a Adán en el norte, debían viajar varios kilómetros hacia el noroeste.
Radna empezaba a mirar con cierto aprecio a su prisionero. A pesar del gran contraste de su color de piel.
Pawliska iba al frente señalando el camino y Patricia por supuesto iba al final.
Los kilómetros que siguieron fueron llenados solo por el silencio.
Hasta que de pronto Pavliska se detuvo. Allí lo vió, un monte lleno de flores naranjas se imponían frente a ellas.
-Caléndulas?? Preguntó al aire Patricia. Mientras Radna soltaba al prisionero en el suelo y Pavliska revisaba su mapa una y otra vez.
-Ven?? Allí está la flor de caléndula. El botón de oro.
-Pensé que esta parte del terreno estaba destruida- Pavliska le susurro prácticamente al oído a Patricia que ya no se encontraba atrás, sino que había saltado al prisionero para adelantarse unos pasos y encontrarse con Pawliska.
El silencio se hizo más profundo. Y las tres dirigieron sus ojos grandes y oscuros a Adán.
Ádan sabía lo que le esperaba, sería devorado físicamente por cada mujer del pueblo de la colonia. Ya que había dicho la verdad. El era el último hombre sobre la faz de la tierra, vivo y fértil. Pero no quería ese destino. Quería encontrar a su propia tribu y llevar los botones de oro a sus compatriotas, debía hacerlo.
-Dices que esto da fertilidad??- Se acercó Patricia a Adán, empuñando un cuchillo. Y de qué nos sirve si ya no hay hombres!!
-Los que me perseguían creo que eran hombres… Dijo muy dubitativo Adán
Las tres mujeres se echaron a reír a carcajadas con sus vozarrones.
-Se los juro, puedo probarlo. He visto a uno de ellos sin su capucha. Era un hombre.
Las tres se miraron un poco ya más atemorizadas, recordando la capucha que encontraron al lado de Adán.
¿Qué harían con ese hombre? ¿Qué harían con las flores de caléndula? Y peor aún que harían si la versión del último hombre sobre la tierra era verdad, que él no era el último.
Luego de 3 días de caminar hacia la colonia, llegaron entre gritos de niños pequeños y mujeres jetonas. Ádan tenía mucho miedo, pero observaba a sus captoras para ver si podía escapar. Era casi imposible, no dejaban de mirarlo, parecía que se turnaban las miradas. Todas, incluidos también los niños en la colonia eran de color negro. Y el hombre resaltaba con sus colores rojizos.
De pronto se escuchó una explosión al final de la última casa de la colonia. Todos empezaron a correr despavoridos en dirección contraria. Aparecieron jinetes con capuchas y túnicas, las tres estaban atónitas viendo como se acercaban. Patricia tomó el arma y empezó a disparar. En eso Adán trató de escapar y Radna lo vió, le dio un golpe en la cabeza y cayó desmayado. Al despertar Adán se sentía dolorido, y el leve calor de una fogata en frente de él lo aliviaba un poco.
Escuchó sollozos y se sentó lo más rápido que podía. Patricia era consolada por sus dos compatriotas. De igual forma la cara de Rena y Pavliska no era la mejor.
-¿Qué pasó?
-Intentaste escapar, eso paso. Le decía Radna en lo que escupía estrepitosamente al suelo un poco de sangre.
-Pero qué pasó con la Colonia?
-Los “hombres” atacaron la colonia sin compasión, mataron a mujeres y niños. Tratamos de salvar a la gran mayoría, pero van camino al sur, no sabemos si sobrevivirán en ese lugar.
-Tienes que decirnos dónde están los hombres de los que hablas. O vas a morir ahora. Necesitamos salvar a los que quedan, y vengar a los que no están. Dijo con voz calmada Pawliska.
-Los hombres de los que hablo están al este. Las puedo guiar. Y ayudarlas a hablar con ellos. Ni siquiera saben de su existencia.
-¡Llévanos! Grito Patricia finalmente.
Era el 25 de Enero de 1819, llegaron, y los hombres no podían creer lo que veían sus ojos. Tres morenas y un hombre colorado contrastaba en el paisaje.
-Habla conmigo. Soltó a Adán.
-Buenas compañeros! Estas tres mujeres me salvaron. Y llevan sangre de hombres blancos en sus manos. Si las ayudamos tendremos mujeres aliadas en nuestra colonia.
Un hombre castaño de contextura robusta, se acercó a los 4 recién llegados. Y largo una carcajada muy fuerte con su vozarrón.
Los cuatro se miraron extrañados de la reacción.
-Sean bienvenidos aquí estarán a salvo.
Luego de que los 4 pasarán a la pequeña choza del de la carcajada, hablaron y llegaron a un acuerdo de que si los hombres allí presentes en esa colonia ayudaban a las chicas de Alabama, ellas conseguirían todos los botones de oro para poder hacer fértiles a los hombres que las recibieron.
Fue entonces que unidos desde el este viajaron hacia el centro de Alabama, ya que no quedaban más lugares por visitar que tuvieran a los encapuchados.
La contienda no dio tregua. Cuando lograron capturar a uno de los “hombres” con capucha no salían de su asombro. Era una mujer, de cabellos rubios y ojos color turquesa.
-¡Quién eres! Le gritó Patricia en la cara.
-Mi nombre es Blair. Soy parte de la unión femenina de redentores ingleses. Y hemos estado persiguiendo a todos los hombres fértiles de Alabama.
-Para que! Gritó Pawliska al tiempo que le propinaba una cachetada.
Blair no le hizo caso, Radna le tuvo que dar otra cachetada.
-Queremos erradicar a los negros y a su prole.
Patricia se levantó de donde estaba y le metió un buen golpe. Al cabo de unas horas, ya habían atrapado a todas ellas. Al descubrir esto los hombres de Adán entendieron que Blair y su ejército habían estado matando a todo hombre que se le cruzara para poder dominarlos, acabar con todos los mulatos y ganar tierras.
Las tres mulatas estaban agotadas y doloridas, por dentro y por fuera, pero habían ganado esta vez una contienda mayor que le daría paz a sus tierras y su gente. Adán por su parte encontró el amor en esas tres mujeres despampanantes, y los hombres buscaron en ellas el liderazgo que faltaba. Finalmente los hombres y mujeres convivirán en el apocalíptico Estado, protegidos y amados, por LAS CHICAS DE ALABAMA.